La mujer trasgresora

«Había en la ciudad una mujer pecadora pública, quien al saber que estaba comiendo en casa del fariseo, llevó un frasco de alabastro de perfume, y poniéndose detrás, a los pies de él, comenzó a llorar, y con sus lágrimas le mojaba los pies y con los cabellos de su cabeza se los secaba; besaba sus pies y los ungía con el perfume. Al verlo el fariseo que le había invitado, se decía para sí: «Si éste fuera profeta, sabría quién y qué clase de mujer es la que le está tocando, pues es una pecadora.» Jesús le respondió: «Simón, tengo algo que decirte.» Él dijo: «Di, maestro.» Un acreedor tenía dos deudores: uno debía quinientos denarios y el otro cincuenta. Como no tenían para pagarle, perdonó a los dos. ¿Quién de ellos le amará más?» Respondió Simón: «Supongo que aquel a quien perdonó más.» Él le dijo: «Has juzgado bien», y volviéndose hacia la mujer, dijo a Simón: «¿Ves a esta mujer? Entré en tu casa y no me diste agua para los pies. Ella, en cambio, ha mojado mis pies con lágrimas, y los ha secado con sus cabellos. No me diste el beso. Ella, desde que entró, no ha dejado de besarme los pies. No ungiste mi cabeza con aceite. Ella ha ungido mis pies con perfume. Por eso te digo que quedan perdonados sus muchos pecados, porque ha mostrado mucho amor. A quien poco se le perdona, poco amor muestra.» Y le dijo a ella: «Tus pecados quedan perdonados.» Los comensales empezaron a decirse para sí: «¿Quién es éste que hasta perdona los pecados?» Pero él dijo a la mujer: «Tu fe te ha salvado. Vete en paz.»»

Nos encontramos aquí un texto que dice muchas cosas sobre la mujer que lo protagoniza, no sólo en lo que narra sino también en lo que se da por sentado y evidente, en lo que piensan los personajes, en las costumbres que allí aparecen.  Esa mujer nos desafía también hoy y si en esta sociedad y en este mundo queremos una alternativa ella nos inspira a lograr el propósito.

“Había en la ciudad una mujer pecadora pública”, lo escribe el autor, Lucas, y seguramente lo había oído a los de su comunidad que recordaban en las asambleas los dichos y hechos de Jesús; ahora Lucas, que lo pone por escrito, lo dice sin ningún pudor, sin temor a juzgarla de modo equivocado, sin albergar dudas sobre lo que dice, y es que le parece apropiado hablar así.  Es que en esa sociedad en la que se habla de mujeres pecadoras públicas, no se hablaba tan fácil y con tanto desparpajo de los “hombres pecadores públicos”.  La cultura dominante,  había puesto en las mujeres, desde Eva hasta esta de la que hablamos, la carga del pecado y de la impureza.  Lucas da por supuesto que sí que era pecadora… Pero ¿quién era esa mujer? No aparece su nombre, no se puede concluir si tiene familia, si tiene esposo o prole, ni siquiera se sabe en qué ciudad de Galilea se encontraba Jesús en ese momento, tal vez en Cafarnaúm, tal vez en Naím… no hay indicación; es decir no hay datos y por lo tanto la afirmación de que la mujer es una pecadora pública no se puede sostener y no ofrece razones de credibilidad; y todo parece indicar que era un estigma por ser mujer, por ganarse ella misma la vida, por no adherirse a las muchas leyes de la sinagoga que el fariseo Simón cumplía a la perfección.

La mujer se entró a la casa y llegó hasta la intimidad de la mesa compartida; aquí vamos viendo su talante y la razón de los juicios fáciles sobre ella; era que era una de esas que desafiaba el sistema, que no esperaba a ser llamada por nadie, que no se sometía, que no venía bajo la tutela de ningún varón, que se valía por sí misma y por esto podía comprarse un perfume fino y usarlo como le viniera en gana… era una mujer que no tocaba la puerta ni pedía permiso, obraba con autonomía, hoy diríamos una “feminista”, y claro, más de un “patriarca” desafiado por ella, como Simón, se tenía que sentir molesto, desencajado y llenarse de ira con una que se salía de la sumisión y acatamiento a lo establecido, a lo normativo, a lo que se había hecho rutina. Claro que una mujer de este carácter, una que retaba a un sistema religioso y que vivía en otra alternativa, tenía que ser considerada ya de entrada “una mujer pecadora” y en ese error de juicio cayó hasta el mismo Lucas, es que los evangelios no fueron escritos en la luna ni en marte y si en un aquí y un ahora limitados y que limitaban; los textos inspirados nacen en contextos patriarcales, regionalistas, clasistas, sesgados, como todos los otros textos y hay que tenerlo en cuenta para encontrar en ellos lo que dice Dios.

La mujer que irrumpe en la casa llega hasta el comedor, esa sí que es bien entrona, supera barreras patriarcales y a los ojos de todos debió parecer bien conchuda, a los de Simón y de los hombres que por ser hombres se podían sentar a la mesa y de las mujeres que por ser tales estarían espiando por las rendijas de la cocina, eran las cocineras nunca comensales, y desde allá no podían creer de lo que había sido capaz su congénere.  Simón, que sabía de la Biblia y de las leyes, se tuvo que haber acordado del libro del Eclesiástico que desaconsejaba a los piadosos comer con mujeres (cfr. 9,9) y bien angustiado tenía que estar porque la intrusa lo obligaría a purificaciones rituales si quería después volver a lo sagrado, a la sinagoga, al templo. 

La aparecida se pone a llorar; en esas lágrimas Simón y los presentes encontraron muy seguramente motivos para despreciarla: claro, se trataba de lo que ellos consideraban  “sexo débil”, de las que “no pueden atajar sus emociones”, de las que “se deshacen en quejas”… y en su ceguera, con esa venda esencialista que no deja ver a los otros y otras y que los desfigura por la mínima razón, vieron en las lágrimas debilidad y no pudieron ver la fuerza que las hacía brotar, el amor más fuerte que la muerte, el amor que todo lo vence; si tuvieran permiso de llorar también ellos, Simón y los presentes, sabrían del amor, experimentarían su poder real y no andarían en ilusiones de conquistar la vida cumpliendo preceptos, poniéndose por encima de los otros, acumulando riquezas, ganándose el favor de los más poderosos, traficando con Dios.   

La mujer de la fuerza del amor, que lloraba tanto como amaba, y que llegó a mojar con sus lágrimas los pies de Jesús, tuvo después la osadía, para colmo de los colmos, de secarlos con sus cabellos; se suponía, según los preceptos judíos y los de la religión, que estos cabellos tendrían que haber estado escondidos, bajo velo ( cfr. 1 Cor 11,5 ss) y esta transgresora, que irrita a todos, no sólo no los esconde sino que limpia con ellos las lágrimas que habían caído en los pies de Jesús; tocarle los pies a otro, ahí ya hay intimidad y ella no le tiene miedo tampoco a esto, deja hablar su cuerpo, su cabello, acaricia, despliega su erotismo y llega a besarlo, se pone en éxtasis y su perfume pone en  éxtasis también a Jesús, el que sin duda no pudo seguir comiendo y departiendo con los otros comensales, tuvo que salirse de sí y de su compostura y vencido por el amor puso en ella toda su atención; allí hay, en los pies de Jesús enredados en los cabellos de ella, hay un encuentro de humanidad y por tanto allí hay teofanía; no hay teofanía sin lo humano y Simón el religioso, que veía asombrado todo esto, se tuvo que haber sentido frustrado de que esta mujer consiguiera tan fácil lo que el luchaba por tener a punta de sacrificios, leyes, ortodoxia; Simón no podía creer que fuera así de sencillo, simplemente dejar correr el amor como corren las lágrimas y ahí ganarse gratis el favor de Dios; el pobre había preparado tantas cosas, tal vez un cordero bien sazonado por sus sirvientas, tal vez exquisitos vinos de su bodega… y eso le costó tanto… y esta mujer lo tenía así no más, como un don gratuito.

Simón piensa que Jesús o no se da cuenta de quién es la mujer o no es en verdad un hombre de Dios; lo cierto que Jesús se da cuenta de quién es ella y por este darse cuenta y este recibir, este dejarse querer, es lo que lo hace hombre de Dios… Entre tantas cosas que se le escapan a Simón es que Dios no es poder que se afirma, que controla, que juzga, que pide espacios; no sabe que Dios es misterio de donación de sí, que se muestra en lo vulnerable, que no quiere conquistar y que se deja querer; Jesús es hombre de Dios y es Dios humano, precisamente porque se hace nada de amor, kénosis, se pone en nuestras manos, se deja tocar.  No sabemos como terminaría la historia de Simón, esperamos que haya tenido oportunidad de dejar sus prejuicios, su creencia en el Dios del Sancta Sanctorum, y que haya podido conocer a Dios en lo vulgar, en lo cotidiano, en lo que pasa… y que no se haya perdido la dicha de ser abrazado por un ser humano como esta mujer… Ojalá el tal Simón no haya muerto cumpliendo obligaciones y haya llegado en su vida a la experiencia del amor.  Ojalá la circuncisión no se le haya hecho también castración y hubiera podido finalmente apasionarse y llegar al éxtasis de lo otro, de la otra, del otro. 

            Y todo termino en perdón; todo eso tan buscado en la religión patriarcal, eso que se había  buscado con sacrificios y derramamiento de sangre, con chivos expiatorios y corderos llevados al matadero, culpando y señalando, poniendo cargas pesadas de ritos, peregrinaciones, altares, vestiduras… ese perdón para el que se había montado todo un aparato religioso, ese perdón se lo ganó esta mujer atrevida, entrona, de fuerza en las lágrimas, incluso de despilfarro;  una mujer así, una persona humana así, es la religión que agrada a Dios y que consigue la misericordia de Dios; ella era la religión de Jesús, en ella Jesús encontró su divinidad y por eso siendo hombre perdonaba pecados.

Esta mujer nos deja una herencia que tal vez no hayamos recogido todavía: el Evangelio que irrumpe en la vieja religión, el movimiento de Jesús que desafía el templo de piedra, el amor que va más allá de la ley.  Ella nos inspira a lo alternativo, a la trasgresión, a la fuerza de lo vulnerable, al poder de los que lloran, a la osadía del amor.  Ella nos muestra que es posible andar sin dejarse cargar de las culpas que nos ponen los que quieren controlar: los religiosos que quieren asegurar su poder y que manipulan a todos con la noción del pecado; los patriarcas celosos de la hegemonía  y que quieren hacernos creer que la diversidad es un mal y que lo femenino es un error; los ricos que nos hacen creer que la pobreza es una falta moral y que si somos pobres es por algo que no hicimos bien; los clérigos que nos ponen sacrificios y que dan a entender que si somos laicos somos profanos y carecemos de dignidad… Esta mujer, a la que le importó un bledo su fama de pecadora pública y que irrumpe en la casa prohibida para ella, nos enseña que no hay que pedir permiso para vivir y ser libre.

Esta mujer se nos vuelve hoy signo de esta América Latina y de todo el Sur global y ello porque nos invita a irrumpir sin complejos y decididos en la escena del mundo y allí plantear un nuevo modo de ser humanidad, a desafiar el sistema, desde lo que somos, desde el mucho amar, desde el entregar lo mejor de sí, el mejor perfume. Yo la proclamaría matrona de la teología de la liberación. 

Jairo Alberto, mxy

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